Cuando me pidieron que escribiera una breve memoria sobre mi historia, de repente quise decir tanto que las palabras expiraron antes de poder esbozar cualquier letra en un papel. Me llamo Diana Benito Prieto, y sí, tengo nevus congénito, una enfermedad muy poco convencional para muchos y totalmente cotidiana para otros tantos. En cualquier caso, cuando una circunstancia de este tipo sobreviene a una familia inexperta surge la desesperación, la búsqueda incesante de un porqué… Esto quiero que quede claro desde un principio, incluso antes de comenzar a relatar mi experiencia durante los años… No existe una razón predeterminada, simplemente por cuestión de genética, “células despistadas” o una suerte un tanto escurridiza llega a tu vida y si desde un principio, al menos al leer estas líneas, tenéis claro que esa cuestión es la menos relevante, podréis continuar y avanzar en vuestro camino… y digo vuestro, porque involucra a todas las personas que tengan un fuerte lazo emocional con el “afectado”.

“Afectado”… me he cansado de escucharla en numerosas charlas, libros o incluso consejos de ayuda. Muchas personas la consideran despectiva. Yo, por el contrario, considero que son letras amontonadas para designar a una casualidad de la vida, que, tal vez porque la luna se alineó con yo que sé que planeta, recayó sobre ti… sobre ti, madre, padre o hijo, hermano, abuela o primo. Cualquier problema puede ser enfocado de mil maneras, pero yo con este texto pretendo erradicar la primera premisa, pretendo hablaros de una casualidad, no de un problema…

Por diferentes motivos, yo fui y soy una de las mayores alegrías que mis padres pudieron recibir. Mi nacimiento un caluroso 13 de julio, trajo la felicidad a una casa que con mi llegada se iluminó de luz y esperanza. Existen numerosas anécdotas que podría relatar, pero supongo que la mayoría de todos los que estéis leyendo estas líneas, esperareis escuchar, o más bien leer, el momento en el que mi madre supo que nuestra amiga la melanina había hecho de las suyas. Fue un susto, un susto grande… ¿para que engañar a personas que ya lo han vivido? Desencadenante de una incesante búsqueda de alternativas, soluciones, llámalo X, porque su definición se origina, principalmente… en la manifestación de una urgente necesidad de unos padres de ver el día de mañana sonreír a la cosa más preciosa que el cielo les había podido regalar.

Pasé a ser un conejillo de indias para un colectivo de médicos insensatos y ansiosos por cortar y pegar, cómo si de un texto virtual se tratara. Pero a la edad de 6 años, gracias a una revista de cotilleos comprada por mi abuela, mis padres vieron la luz. Esa luz tenía nombres y apellidos, un médico francés maravilloso que a día de hoy, admiro profundamente… Recuerdo que con el primer viaje falté algunos días a clase y acababa de empezar una etapa importante, la primaria… una primaria ansiada que ahora me queda tan lejos.

La primera intervención estuvo plagada de buenos momentos y si os soy sincera… los malos, que no fueron pocos, apenas los recuerdo. Mascarilla de fresa o menta, edad, nombre, peso, altura, alergias y quirófano… miedo y de repente él, acariciando mi mano como si de seda se tratara y pronunciando aquellas palabras que, a pesar de todo el tiempo pasado, recuerdo cómo ayer: “Princesa todo estará bien”. El tiempo corría demasiado rápido. Cada seis meses un nuevo viaje… una nueva visita a las bonitas tiendas de Paris y otra menos relevante a un hospital.

No han querido que redacte mi experiencia para transmitiros dolor ni recalcar cada oscuro y pequeño detalle de la lucha por salir adelante, sino simplemente empezar a partir de ahí. Tampoco pretendo vender una vida perfecta, es una obviedad. Soy consciente de mis limitaciones, pero también tengo muy claro que en numerosas ocasiones soy yo misma la que me impongo muchas innecesarias que, por miedos insignificantes, he ido incluyendo como parte de mi personalidad. Soy con mis defectos y virtudes, soy con mi día a día, con mis miedos y necesidades, con mi dependencia… soy con un pequeño detalle que yo y los míos conocemos y aceptamos y… finalmente, soy y pretendo ser cada minuto de mi vida feliz y espero que todos los que estéis leyendo este pequeño fragmento de mi historia en este mismo instante, esbocéis una sonrisa e imaginéis y, sobretodo, creáis en un buen futuro lleno de pequeñas cosas, esas que nunca se olvidan…

Gracias mamá

Gracias papá